-Enero, 1892-
Mi Bello muy querido:
Un muerto le escribe. Le va a Poyo la carta Vd. no necesita letras mías. Honor a los que vieron de una ojeada el propósito político de división que la carta de Collazo--carta de Roa-entraña. El sirve al Gobierno. Nosotros vamos adelante. Ese asoma la cabeza; pues a ése con todas las preocupaciones antiguas, para que las emigraciones duden, para que Cuba se desentienda de las emigraciones, para levantarles los celos a ciertos militares. Y Vd. lo vio, y echó eso abajo. El valor del telegrama no lo entendí, ni el de Vd. y sus compañeros, sino cuando leí la carta. Ese es mi pueblo, y en él tengo fe. Ya no nos zarandean como títeres, ni pueden tanto como antes entre nosotros las envidias y celos de la tierra. Fruto de las semillas viejas en la carta, de las emigraciones quedó entre los revolucionarios la queja justísima; y de ese rencor de antaño se aprovechó Roa, ansioso a la vez de sincerarse sin perder la paga española y de servir al Gobierno que lo paga, para llevarle la mano a Collazo y a sus amigos. Y viene tan de hondo entre los cansados de la guerra anterior, que sienten que en ésta no lograrían la autoridad de ayer, cuando que ayer no lograron la inquina contra los que nos preparamos a atender lo que ellos desatienden, que ante mí tengo el párrafo en que se me dice el nombre del afamado revolucionario intelectual, más literato que peleador, a quien la Habana supone autor de la carta. Autor no; pero por ahí le va el espíritu. Y el bonísimo Peláez me abrazaba lleno de juventud y de nobleza. Así le digo a Poyo; eso quieren: ¿les jugaremos en las cartas? Saludo en Vd. a los cubanos ejemplares, y a los buenos políticos.
¿Y tengo que decirle algo de mí, de lo que el bribón que iba a pedirle el cumplimiento de los arreglos secretos del Zanjón a Martínez Campos dice de mi, que iba en el vapor desterrado a Ceuta; de lo que dice el grandísimo bribón, que se pasaba horas llamándome Jesús inútil, y convenciéndome de la inutilidad de llevar adelante la guerra que sabía él que yo había estado ordenando en Cuba?
A Vd. no le digo nada de mí. Ni nadie necesitará que se lo diga. Ni ante Vd. siquiera--qué es Vd. para mí-me pondría yo a contarles mis sacrificios continuos, mi hogar perdido por estas cosas de patria, mi tesón silencioso y mis merecimientos. Ya dije más de lo que debo. Estoy sin fuerzas, muy malo aún. ¿Mi cruz, que no me llega? ¿Y ese seráfico Peláez, y prudente García, e hidalgo Bolio, y enérgico Pompez, y fiel Rodríguez? ¿Y el gallardísimo Secretario, a quien le va quehacer el martes? ¿Y tanto amado recuerdo, tan dulce, que no tiene después de ellos ponzoña la villanía? A ver qué trabajadora me conoce, para que, como un saludo a todas, le bese en mi nombre la mano. Y a Cari y a Carlos Manuel. Mucho le quiere
Su J. Martí
Excelentísimo sería; pero ¿cómo mañana, si tengo junta de la mayor trascendencia, de once a cuatro, y por la noche dos más, el Cuerpo de Consejo y otro no menos grave? Lunes, recepción americana; martes, Liceo; miércoles, adiós. Mañana de todos modos no puede ser, porque de los trabajos reales que aquí pudiera hacer, la junta del domingo es decisiva. Véngase por acá sin falta mañana muy temprano; porque a las siete y media vamos invitados por Peláez, a tomarle el café; y luego fatiga hasta acostarse. Esta noche, después de comer, no creo tener promesa, hasta que nos lleven al teatro. Estoy como si algo me faltara, y es verle una buena hora. Explique a los de la buena idea del mitin la imposibilidad.
Su
J. Martí
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