Nueva York, Marzo, 1892
Mi amigo muy querido:
Sólo unas líneas que apenas le puedo escribir, para decirle que recibí con grandísimo gusto la última carta de Vd., donde me dice que está ya allí con raíces, y me habla noblemente de esas cosas pasadas, que en alma como esta mía no dejan huella, y me enseña una vez más el bello talento y el corazón justo que le adiviné, y le quiero mucho. Pena de mi persona, y la inquietud en que me tiene el desorden que le quisiera evitar a mi patria, me han tenido, y me tienen sin más fuerzas que las estrictamente necesarias para salir de la cama a mi trabajo de la noche, en que gano lo más de mi pan libre,-o a los quehaceres patrios más urgentes. ¿Y dejaremos morir, Serafín, tanta hermosura? Acá estallan las almas, y nace aquí gente bíblica. ¿Quién hará lo que tenemos que hacer, y nadie podrá hacer, nadie, si no lo hacemos todos juntos? Y los días se suceden y los peligros. ¿Qué nos pasa por ahí, que andan tan lentos? Aquí, lo que cuesta trabajo es refrenar el entusiasmo.-Y a su amigo, escribir. Debo gran carta a Teodoro Pérez y a Dobarganes. Figueredo, me olvidó. A Soria, le respondo enseguida una carta muy noble. Perdóneme que acabe, y que le ruegue, aunque está de más, que ponga allí el hombro a la tarea que nos ha de permitir, sin exclusiones ni reservas, la unión gloriosa de todos. Para esa obra sí le quedan fuerzas a su amigo cariñoso
José Martí
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