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martiOC

 

New York, 16 de noviembre de 1889

Sr. Serafín Bello

Amigo mío

Dos días más y ya me habrá perdonado. Ante todo, ha hecho muy bien en lo de Guerra,1 a quien he de ver mañana domingo. Soy un infeliz que de nada puedo servir a los que quiero. Le diré lo que debo a Guerra, y creo que podrá Ud. esperar con más calma hasta el fin necesario de la huelga.

Por lo que le tengo que pedir perdón, es por mi abandono aparente en no haberle escrito. Pena ha sido, y es: pena pública parecida a la agonía: acaso luego le diga al correr, de la pluma. Pero ni un día he dejado de pensar en Ud., y en lo que me dijo un poeta de Venezuela, que "los árboles tenían el corazón en el tronco", aludiendo a las penas que caen sobre las almas fuertes. Ni un día he dejado de pensar en el Cayo. El autonomismo es sueño aunque le parezca a Ud. que lo verán sus ojos: deme Ud. el Cayo tranquilo, y la ocasión de que nuestro pueblo vea por sí quiénes lo sirven de veras, y el autonomismo se disipará, como la sombra que es. Al viaje del Jorge Juan no le doy importancia política: social la tiene, porque indican cómo se transforman, por los intereses comunes, los elementos de población de nuestro país y lo que parece deserción patriótica, acaso sea la prueba de que en una lucha bien entendida por la libertad, sin lisonjas al descontento ni complicidades con el poderoso, si se ve que las aspiraciones de Cuba van de modo que satisfagan las de la libertad a la vez, no estarán solos en Cuba los cubanos. Lo social está ya en lo político en nuestra tierra, como en todas partes: yo no le tengo miedo, porque la justicia y el peso de las cosas son remedios que no fallan: es un león que devora en las horas de calentura, pero se le lleva, sin necesidad de cerrarle los ojos con un hilo de cariño. Se cede en lo justo y lo injusto cae solo. Es todo el secreto de esas luchas que parecen terribles y sólo lo son mientras no entran en ellas, de un lado y de otro, los hombres cordiales. La huelga sería más de lamentar si fuese, como me dice que es, resultado del maltrato y desdén más que de la injusticia de la paga. Estas cosas de paga son de relación y localidad, y sólo se pueden ver sobre el terreno, aunque por lo que Ud. me dice y leo, la razón está, como suele, del lado de los débiles. Pero lo que no puedo entender es que un hombre, por tener cuenta gorda en el banco, se crea como corona entre los demás hombres, cuando lo que a mí me sucede es lo contrario, por la prueba que llevo en mi mismo, y saber que la riqueza se acumula generalmente con sacrificios de la honra y con abusos, por más que sepa yo que, con paciencia y trabajo asiduo, puede llegarse a la fortuna honrada. El corazón se me va a un trabajador como a un hermano. Unos escribiendo la hoja y otros torciéndola. En una. mesa tinta, y en la otra, tripa y capa. Del tabaco sólo queda la virtud del que le trabaja. De la hoja escrita queda tal vez la razón de su derecho, y el modo de conquistarlo. Pero esas cosas no se deben decir, porque pueden parecer adulación. Se demuestra a su hora, que es mejor que decirlas. De mí, Ud. las sabe, y me basta. Lo que yo veo, ya le digo, es lo que desde hace tiempo estoy viendo. A los elementos sociales es a lo que hay que atender, y a satisfacer sus justas demandas, si se quiere estudiar en lo verdadero el problema de Cuba, y ponerlo en condiciones reates. El hombre de color tiene derecho a ser tratado por sus cualidades de hombre, sin referencia alguna a su color: y si algún criterio ha de haber, ha de ser el de excusarle las faltas a que lo hemos preparado, y a que lo convidamos por nuestro desdén injusto. El obrero no es un ser inferior, ni se ha de tender a tenerlo en corrales y gobernarlo con la pica, sino en abrirle, de hermano a hermano, las consideraciones y derechos que aseguran en loa pueblos la paz y la felicidad. El hombre se limitaría por sí mismo, y no son necesarios más límites. El aseado es la nobleza y el desaseo la plebe. El que cultiva su inteligencia va de un lado, y el que no la cultiva va de otro. Los honrados son mi círculo, y otro los pícaros. ¡Quiero yo saber quién no desea estar entre los nobles! Pero eso ha de dejarse a lo natural, y las condiciones de la felicidad deben estar sinceramente abiertas, y con igualdad rigurosa, a todo el mundo. Ni me ocurre que se pueda pensar de otra manera. Pero se piensa. Y se retarda el bien de los hombres, y por torpeza e injusticia, el de nuestra patria. Ni creo en el abandono del Cayo. La huelga ha de terminar, no sin enseñanzas, y sin provecho de los obreros, aun cuando la pierdan. Y empezaría para Ud. la tranquilidad, con el trabajo que ha de hallar allí, fuera de toda duda, y el gusto para Ud. necesario, de ser útil a los demás con lo que se lo es a sí propio. Servirse a sí solo es un robo.

¿Por qué no le he escrito? ¿Por qué no he empezado la campaña activa? ¿Por qué no he publicado como enseña el periódico? ¿Por qué no le he convidado ya, a Ud. y a todos los hombres que andan sueltos, a poner juntos los corazones, para. sacar derecho ante la Isla, y ante los que creo que puedo allegarle como auxiliares? De esto no le quisiera hablar, y es lo que me ha quitado la pluma de la mano. Tiene métodos muy sutiles la ambición poderosa, y sería preciso que estuviese 111, aquí, y aún estando no lo vería acaso bien, para entender cuanto estrago hace, hasta en los más fieles, la esperanza funesta, y enteramente secundada por los mismos nuestros, por interés o fanatismo, de que a Cuba le ha de venir algún bien de un Congreso de naciones americanas donde, por grande e increíble desventura, son tal vez más las que se disponen a ayudar al gobierno de los E. Unidos a apoderarse de Cuba, que las que comprendan que les va su tranquilidad y acaso lo real de su independencia, en consentir que se quede la llave de la otra América en estas manos extrañas. Llegó ciertamente para este país, apurado por el proteccionismo, la hora de sacar a plaza su agresión latente, y como ni sobre México ni sobre el Canadá se atreve a poner los ojos, los pone sobre las islas del Pacífico y sobre las Antillas, sobre nosotros. Podríamos impedirlo, con habilidad y recursos; que los arranques y la claridad de juicio, pueden, con buen manejo, vencer a la fuerza. En la soledad en que me veo-porque cual más cual menos espera lo que abomino-lo he de impedir, he de implorar, estoy implorando, pongo al servicio de mi patria en el silencio todo el crédito que he podido irle dando en esas tierras hermanas a mi nombre. Con dos o tres leales haré cuanto pueda y acaso, como parte de estos trabajos, publique dentro de muy pocos días; en cuanto pueda hacerlo con decoro, una hoja donde con el alma que Ud. conoce, diga la verdad, y junte, sin miedo a tibios y a señores, a los que deben estar juntos. Del Cayo quieto ver surgir una admirable protesta. Que de allí nazca, porque de allí tiene derecho a nacer. Pero con propósito y pensamiento que no se queden allí. Es preciso que Cuba sepa quiénes y para qué, quieren aquí la anexión. De Cuba, en la desesperación, la anhelan los que guían: no la juventud, no la población mayor. La corriente es mucha, y nunca han estado tan al converger los anexionistas ciegos de la Isla, y los anexionistas yanquis. Para mí, sería morir. Y para nuestra patria. No es mi pasión lo que me dará fuerzas para luchar, solo, en la verdad de las cosas; sino mi certidumbre de que de semejante fin sólo esperan a nuestra tierra las desdichas y el éxodo de Texas, y que el predominio norteamericano que se intenta en el continente haría el mismo éxodo, en las cercanías sumidas al menos, odioso e inseguro.

Ese es mi dolor, y de lo que veo y sé vivo en perpetuas bascas. Está bien que se me cierre el correo, para que no se me vaya la pluma. Sepa que su amigo está sufriendo muy de veras, y que no olvida a su patria, ni lo olvida.

A sus hijos que pienso mucho en ellos.

Ud. mande a su amigo,

José Martí

 

1- Benjamín Guerra.

 

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