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A la Colonia Española

Nada hay tan imprudente como perturbar con propios rencores -ya que hay infortunados que los tengan- la paz en pueblo ajeno: nada hay más justo. en cambio, que dejar en punto de verdad las cosas de la historia, ya que en tanto que consigamos los hijos de Cuba nuestras libertades, la limpidez de nuestra historia y la bondad de los hombres son la única patria que tenemos.

Debo a La Colonia una respuesta desde hace buen número de días: la exigente política ha tomado para sí todas las columnas de este activo diario, y a mí no me ha sido dado hasta hoy contestar al periódico español.

Es el caso que yo afirmé, contradiciendo comentarios infundados de La Colonia, que los cubanos habían tomado parte como agrupación política, en la gran procesión del Centenario en Nueva York, y que nuestra bandera fue saludada con entusiastas vítores en todo el curso del cortejo. Lo niega La Colonia: no ha tenido razón.

Dice el periódico español:

"Hace mucho tiempo que los cubanos tienen establecida en Nueva York una sociedad de beneficencia. El comité americano invitó a todas las sociedades establecidas en el país, sin distinción alguna, y por consiguiente fueron invitados los cubanos pertenecientes a la expresada sociedad. De esto a lo que afirma el señor Martí hay mucha distancia. Si los cubanos Hubieran sido invitados como agrupación política, que es lo que quiere dar a entender nuestro colega, y no como miembros de una sociedad benéfica, el ministro español abría sabido pedir una explicación al gobierno americano."

El ministro español es en este caso perfectamente inútil.

La libertad obliga a la prudencia: los mutuos deberes al respeto: no es el país de las garantías una colonia en América, y el ministro español se habría limitado, ésta como otras veces, a ejercer su derecho contemplando cómo los demás lo ejercen, de la manera que en la procesión ondeaba la bandera de España cercana a la de Cuba, hecho innegable sobre el que el ministro español no ha reclamado.

Si como afirma La Colonia, los cubanos fueron invitados como sociedad benéfica, ¿cómo llevaban, no un estandarte de beneficencia, sino la bandera de un pueblo que combate? Admitida la enseña, se admitía con ella al pueblo batallador que representa.

Y luego La Independencia de Cuba, que fue la agrupación invitada, no ha sido nunca una sociedad de beneficencia. Es una agrupación política, encaminada a trabajar por la independencia patria, a reunir fondos para alentar la guerra, a dar funciones para aumentar estos fondos, a celebrar los muertos gloriosos, a mantener viva la fe, prestos los brazos, ardiente la esperanza, y entusiasta y enérgico el valor. Lo dicen sus reglamentos; se oye en sus sesiones; lo publican los periódicos; la visitan los americanos. Nunca ha sido este refugio de los solitarios del desierto tibio lugar de reunión para procurar socorros débiles. Y ésta fue la sociedad invitada. Y la invitó oficialmente el Mayor General Alexander Shaler. Y se celebraron en la sociedad reuniones previas, se publicó que los cubanos habían sido invitados a figurar en la procesión como cuerpo político, sin que antes de la procesión, ni después de ella, se hubiese protestado. contra esta natural afirmación de la sociedad Independencia. ¿Que los cubanos no fueron vitoreados? ¿A qué empeñarnos en afirmar lo que vientos oyeron complacidos, lo que los cubanos guardamos en el alma, lo que cartas y periódicos de Nueva York repiten con agradecimiento y entusiasmo?

Dice La Colonia que no; sabemos nosotros que sí. Y lo fueron cariñosamente, y con gran amor é interrumpiendo el cortejo conmovedoras muestras de entusiasmo.

¿Que nos hacemos ilusiones? Ilusiones se hacen los que niegan a los hombres el hermoso derecho de conmoverse y admirar.

No deduzco yo de los vítores que sean reconocidos por los Estados Unidos los derechos cubanos: tengo fe en que el martirio se impone, y en que lo heroico vence. Ni esperamos su reconocimiento, ni lo necesitamos para vencer. Sé por mi parte, que invitar como agrupación política, no es lo mismo que como a nación; pero es fuerza convenir que implica amor y respeto al pueblo cubano el deseo de que como pueblo figure en la fiesta de la independencia americana.

No una vez, mil veces, más de mil veces han oído las ciudades de América burras en nuestro loor. Los pueblos constituidos tienen siempre el amor conservador que distingue, a la vejez, y que en mal hora les lleva el olvido de las nobles inexperiencias de su juventud.

A tener conciencia de sí misma, enrojeceríase el acta de 4 de julio de 1776 viéndose olvidada por sus hijos de cien años; tal parece que aquella acta fue escrita para nuestros dolores y nuestra justificación, y ésta se nos niega y aquéllos son desconocidos por los mismos que merced a ellos se alzaron pueblo libre de la atormentada colonia de Inglaterra.

Pero si los gobiernos se hacen egoístas, y los pueblos ricos se apegan e su riqueza y obran como avaros viejos, la humanidad es en cambio perpetuamente joven. El entusiasmo no ha tenido nunca canas. Así, en los Estados Unidos, los que nos rechazan como combinación mercantil, nos celebran como tenaces y valerosos; censuran nuestra exuberancia imaginativa, y la admiran envidiándola; dicen que no sabemos vivir, y aplauden la manera heroica con que en loa campos de Cuba se emplea la vida y se libran desesperados combates con la muerte. No me empeño en probar los vítores: sé que son lógicos, que son precisos, que son tributo natural de los hombres de todas las tierras al martirio y al valor. Podrán los gobiernos desconocernos: los pueblos tendrán siempre que amarnos y admirarnos.

Las cosas patrias están siempre rebosando en el alma, y hablan demasiado cuando comienzan a hablar.

Dice La Colonia que no vio en los Estados Unidos una sola banderiza cubana. No banderiza; ¡bandera! No pueblo imbécil que soporta un yugo más imbécil que él; pueblo altísimo que impone a los valientes, amigos o enemigos, respeto, amor y asombro. Dignísima bandera que cobija a un pueblo que cuenta siete años de grandezas; que tiene héroes activos y mártires errantes; a la que sobran brazos que la empuñen; que para ser más respetada es más infortunada; que para durar más tiempo tarda más tiempo en desplegarse. Honrar, honra. En Chicago, en Philadelphia, en New Orleans, en New York, no habrá habido para los parciales ojos de La Colonia, banderas de Cuba; pero de Philadelphia, New Orleans y New ,York yo sé que las ha habido. De Chicago no lo sé.

Y tantas debió haber en New York, que una casa de comercio americana las anunció de venta, de todas formas y tamaños, diciendo que haría considerable rebaja a los que las tomaran en grandes cantidades.

Lo discutido es que los cubanos figuraron como agrupación política: La Colonia dice figuraron como asociación benéfica. La sociedad Independencia fue oficialmente invitada para tomar parte en la fiesta, por el mayor Shaler, jefe oficial del Comité del Centenario. Luego, siendo la Independencia de Cuba asociación política, como cuerpo político fueron los cubanos invitados, y como cuerpo político figuraron en la procesión del 4 de julio.

Y hay más: figuraron en lugar prominente.

Y todavía más: en New Orleans recibió la sociedad Obreros de la Independencia igual invitación del Comité de la gran fiesta, y según leemos en The Times, The Picayune y el Republicano, la procesión se dirigió a San Patricks Hall en donde se colocaron en la plataforma al efecto dispuesta, todas las banderas y estandartes de las sociedades, ocupando entre ellas un lugar prominente nuestra bandera.

Y allí se habló de Cuba en los discursos: Mr. Braghn pronunció en honra nuestra una peroración aplaudidísima.

The Bulletin dice que la sociedad Obreros era la mejor representada de las que tomaron parte en la procesión.

Y podrá ser que un periódico sea parcialmente amigo nuestro, pero ¿cabe unanimidad semejante en los diarios más acreditados de toda una población?

No es, pues, inexacto, que la bandera cubana haya recibido honores, y honores especiales, en las fiestas del Centenario. No es inexacto tampoco que los cubanos figuraran como agrupación política en la procesión conmemorativa.

La justicia no menoscaba el valor; antes lo enaltece. Admirar lo admirable no quita mérito a la defensa de una causa. Negar lo cierto, no la hace más justa. Olvidó esto La Colonia en su mesurado artículo, o la rapidez del viaje de La Colonia por los Estados Unidos, no le permitió recoger a su paso todos los datos ciertos del asunto. Muéveme a escribir todo esto, el natural deseo de que mi patria sea en todas partes convenientemente honrada y respetada.

JOSÉ MARTÍ

Revista Universal. México, 8 de septiembre de 1876.

 

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