30 Abril 1892
Viven en el Cayo, ya como en casa propia, los hombres de más diversos orígenes sociales, y a todos los hermana el orgullo justo del trabajo común, el recuerdo de la gloria creadora, la esperanza de la que acabará de crear. Allí viven, juntos, en el gran taller, los más desdichados orígenes y los más empinados apellidos; allí se sientan juntos, en los consejos de la patria, el abogado que quiere ley nueva, el médico que busca clientela de hombres libres, el revolucionario que ganó en la guerra sus estrellas, el artesano que ganó en el sacrificio del destierro el derecho de sentarse hombro a hombro con él. Allí trabajan con igual ánimo por el país las profesiones todas, el decoro todo, los que huyen de la vida amarga e inútil que los agobia y empobrece en Cuba. Y de cómo trabajan aquellos hombres de cultura diversa, de qué espíritu vigoroso y abnegado los anima, da buena muestra el párrafo que sigue, escrito por una mano que en nuestras batallas empuñó el arma libertadora, que en nuestro congreso firmó leyes:
"Le diré que aquí la cosa marcha: que el Partido se consolida de una manera esplendorosa; que el ejemplo cunde de un modo envidiable; que no hay día que no se levante una nueva bandera que llevando ya un nombre ilustre de uno de nuestros mártires, o el muy glorioso de una acción de guerra, no reúna a su derredor grupos de hombres que con los estatutos del Partido en la mano y la fe en el corazón, vienen a engrosar nuestras ya fuertes huestes. Que a estos improvisados grupos, se adhieren hombres de respeto que por su ejemplo y su cariño, servirán como portaestandartes de esas agrupaciones que no pueden morir".
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