23 Abril 1892
El Partido Revolucionario Cubano se compone hasta hoy de todas las asociaciones revolucionarias cubanas y puertorriqueñas que existen fuera de ambas islas. No hay una sola asociación de cubanos o puertorriqueños que no esté afiliada al Partido Revolucionario Cubano. Treinta y cuatro asociaciones, repartidas en New York, Cayo Hueso, Tampa, Ocala, Filadelfia, Boston, Nueva Orleans y Jamaica, se han formado de su propio impulso para contribuir a los fines del Partido Revolucionario Cubano. por los métodos que él mismo establece, o han conformado a él su organización antigua. En Cayo Hueso hay trece asociaciones; siete en New York; cinco en Jamaica; cinco en Tampa; una en Filadelfia; una en Boston; una en Ocala y una en Nueva Orleans. Todas aquellas que han tenido tiempo, después de su creación, para discutir las Bases y Estatutos del Partido Revolucionario Cubano, las han aprobado, y han tomado parte en las elecciones del día ocho de abril. Veinticuatro asociaciones votaron, conforme a los Estatutos, a una misma hora, por el Delegado y Tesorero que establecen los Estatutos del Partido. Por mayoría absoluta de las asociaciones existentes, aun cuando todas hubiesen adquirido el derecho de votar en la primera elección por la aceptación previa de las Bases y los Estatutos, han resultado electos para Delegado, José Martí; para Tesorero, Benjamín Guerra.
No cumple a Patria expresar opinión sobre el acierto de estas elecciones, ni puede emitir juicio, por razones de cercanía, sobre la idoneidad de los electos. Cúmplele sólo alborozarse por la demostración singular que en estas elecciones ha dado de su capacidad para la república el pueblo revolucionario cubano; por la viva comprensión del difícil caso político de Cuba- que revelan en ellas los que por la naturaleza del remedio que proponen pudiesen aparecer ante el país como entusiastas desconsiderados más que como hijos cuidadosos; por el espectáculo, poco frecuente en las épocas de violencia indispensable, de someter ésta, en su idea y en sus recursos, a la realidad total y esencial de la época y al espíritu republicano, en vez de abrir camino a la pasión parcial, o a los métodos funestos a la ordenación y firmeza de las repúblicas; y por su magnífico desinterés y su absoluta independencia.
En vano se asegura que los cubanos no son capaces de la unión de fuerzas, la delegación de autoridad y el desistimiento de aspiraciones indispensables para el gobierno popular. En vano se aduce que los cubanos, guiados sin fe ni amor en una época sublime y turbulenta, persistirán, en época de amor y fe, en sus disensiones y disturbios. En vano, por una incredulidad tan poco loable como lo serían la suposición y el elogio de falsas virtudes, se declara al cubano, por vicio indestructible, por ineptitud congénita, por el veneno de la raza, impotente para las luchas generosas de la libertad. El cubano que ha venido pecando y padeciendo, desde hace veinticuatro años, por sobra de fe; el cubano que peleó diez años con sus hijos, y se escapa del destierro cómodo para volver a la guerra con sus hijos; el cubano que se echa cuatro veces al mar para alistarse en el ejército de su república, y tras de cuatro fracasos se embarca por la quinta vez; el cubano que por toda una generación, caída sobre caída ha dado el diezmo de su pan a la religión adorada de la patria, y al cabo de veinte años de ausencia y pobreza bautiza a su hijo con el nombre heroico del que con la tea de la guerra le quemó su hogar; el cubano que corrige, con rara magnanimidad, sus yerros de opinión sobre los métodos de la guerra, y pone el pecho, después de su convicción libre, a las equivocaciones y abusos de que fue, por exceso de virtud, víctima o instrumento; el cubano emancipado, por su trabajo individual, del miedo y dependencia prevalentes en los inquilinos tenaces de la colonia,-ha demostrado en estas elecciones la cualidad más difícil en los pueblos nuevos, la de despojarse de la autoridad segura, para ungir con ella a los que por la lógica del instante, pueden emplearla con mayor bien común.
Los funcionarios así honrados con la confianza de sus conciudadanos hallarán en ella nuevo estímulo al cumplimiento de su deber. No pudo el tesoro del Partido caer en manos más acreditadas, y es justo que los caudales que acumula el amor a la libertad, estén bajo la custodia del que, en los días de más decaimiento, supo mantenerla, y ayudar a que se mantuviese, con desinterés y con tesón. Cuando los fieles a la bandera plegada no estaban tan visibles, en los fríos del Norte, como están hoy; cuando entre caídas y tentativas veían pocos en verdad el camino por donde se había de volver al trabajo ordenado y creador de la república, el tesorero electo fue de los primeros en poner donde se necesitaba su peculio, y donde se la viera su persona.
El Delegado del Partido Revolucionario,-del Partido que mantiene la unión de los antillanos revolucionarios para impedir, con una guerra de espíritu público, el triunfo de una independencia nominal y fugaz, por no llevar en sí el aliento y los modos y el propósito de la república,--es el mismo hombre que a raíz del Zanjón concentró en torno suyo los cubanos sagaces que convenían en la necesidad de mantener compactas, para la lucha decisiva, las fuerzas de una guerra en que causas efímeras y personales vinieron a hacer posible la tregua innecesaria; el mismo hombre que, al día siguiente de caer con el movimiento imperfecto de 1880, convidaba a los jefes prestigiosos del extranjero, y a los cubanos más señalados de la Isla, a ordenar desde entonces, desde hace doce años, los elementos de opinión y de fuerza, para alzarse en seguro con la colonia podrida y minada; el mismo hombre que en hora difícil, sin ira en el corazón, prefirió mantener la justicia de respetar al país y convidarlo cuando se le llevaba la guerra que lo trastornaría, a la gloria insuficiente de llevar al país temeroso una guerra oscura y ciega; el mismo hombre que, por encargo de los compatriotas con quienes residía, propuso a las emigraciones, hace tres años, la conveniencia de fijar, en campaña franca y unida, los principios de utilidad pública, y los métodos democráticos y cordiales, con que sirven a la patria sus hijos emigrados. Y al ser honrado, por distinción que ninguna otra pudiese superar, con la representación visible del Partido Revolucionario Cubano, él sabrá, sin duda, en acuerdo estricto con su propia historia, y en obediencia al mandato expreso de sus compatricios, guiar las fuerzas revolucionarias, en el período de su gestión, de modo que sean la única ayuda y no el mayor peligro, de la patria amada; de modo que incluyan, para el poder de hoy y la paz de luego, los elementos todos del país, en la proporción de la justicia; de modo que la guerra que se ordene, sea la guerra republicana e impersonal, germen de la república segura, y dispuesta en acuerdo con la voluntad y los intereses legítimos de la patria.
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