martiOC

 

La Patria es Ara no Pedestal

 

3 de Abril de 1892

EL PARTIDO REVOLUCIONARIO CUBANO

Y lo primero que se ha de decir, es que los cubanos independientes, y los puertorriqueños que se les hermanan, abominarían de la palabra de partido si significase mero bando o secta, o reducto donde unos criollos se defendiesen de otros: y a la palabra partido se amparan, para decir que se unen en esfuerzo ordenado, con disciplina franca y fin común, los cubanos que han entendido ya que, para vencer a un adversario deshecho, lo único que necesitan es unirse.

Por adversario entienden los cubanos libres, no el cubano que vive en agonía bajo un régimen que no puede sacudir, no el forastero arraigado que ama y desea la libertad, no el criollo medroso que se vindicará de la flojedad de hoy con el patriotismo de mañana, sino el gobierno ajeno que ahoga y corrompe las fuerzas del país, y la constitución colonial que impediría en la patria libre la práctica pacífica de la independencia. El adversario es el gobierno ajeno que en nombre de España niega el derecho de hombres a los hijos de los españoles, y atiza el odio entre los hijos y los padres; que esquilma una porción de sus dominios, la porción antillana, para pagar las deudas de toda la nación, y la guerra con que empapó en sangre el país a que provocó con su injusticia; que pudre con la incursión continua de empleados rapaces y viciosos un pueblo que necesita ya buscar en la inmoralidad el sustento que no halla en el trabajo; que en las ciudades de algún viso, con la venia delincuente de los criollos apasionados de su seguridad, permite una función de libertades que en el campo verdadero, y en la ciudad menor, castiga con el látigo, o con el puñal nocturno, o con el destierro sigiloso. ¡Y la que no lo sienta, no diga que es espalda cubana! ¡A la mesa del castigador no puede sentarse con honra, sino sin honra, ningún hermano del castigado! El adversario es la constitución colonial, que en la independencia misma avivase los gérmenes de discordia, por regiones y colores, que la república trae en sí, y perpetuase la primacía leguleya en un país que debe entrar inmediatamente al trabajo y equilibrio de sus potencias reales. Con el espíritu magnánimo y cierto y con sus métodos rápidos y seguros, ha de combatir el Partido Revolucionario Cubano, no con la magia perdida de los nombres, el gobierno ajeno y la constitución colonial.

Los partidos suelen nacer, en momentos propicios, ya de una mesa de medias voluntades, aprovechada por un astuto aventurero, ya 'de un cónclave de intereses más arrastrados y regañones que espontáneos y unánimes, ya de un pecho encendido que inflama en pasión volátil a un gentío apagadizo, ya de la terca ambición de un hombre hecho a la lisonja y complicidad por donde se asegura el mando. Puede ser un partido mera hoja de papel, que la fe escribe, y con sus manos invisibles borra el desamor. Puede ser la obra ardiente y precipitada de un veedor que en el ansia confusa del peligro patrio, congrega las huestes juradas, en su corazón flojo, al estéril cansancio. Pero el Partido Revolucionario Cubano, nacido con responsabilidades sumas en los instantes de descomposición del país, no surgió de la vehemencia pasajera, ni del deseo vociferador e incapaz, ni de la ambición temible; sino del empuje de un pueblo aleccionado, que por el mismo Partido proclama, antes de la república, su redención de los vicios que afean al nacer la vida republicana. Nació uno, de todas partes a la vez. Y erraría, de afuera o de adentro, quien lo creyese extinguible o deleznable. Lo que un grupo ambiciona, cae. Perdura, lo que un pueblo quiere. El Partido Revolucionario Cubano, es el pueblo cubano.

Ni hubiera podido precipitar su formación sin arriesgar su éxito, por falta de madurez; ni habría podido, sin peligro mortal de honor, demorarla en el instante en que el corazón público lo hacía posible, y el desmembramiento de la isla lo hace necesario.-No hubiera podido precipitar su formación por falta de madurez. Puede el genio avizor, cuando concuerda con el alma pública, congregar las fuerzas que sin el ímpetu pujante se desvanecerían tal vez en el descontento inerte, o en efímeros chispazos. Pero el genio mismo, que sólo es lícito y útil cuando condensa y acelera el alma humana, tentará en vano el logro del ideal político, que ha de ser la composición justa de los factores públicos verdaderos, hasta que no estén en trance de composición los factores públicos. Antes dañaría que ayudaría a la obra nacional el genio incauto al perturbar con su arremetida los elementos que no estuviesen aún en condiciones amigables. El genio de una época está en acometer; y en esperar, que es lo superior, está el genio de otra.

Por razones de afuera y de adentro murió la guerra en Cuba; y tan loable y necesario fue, desde el principio de la tregua, trabajar por el remedio de las causas incidentales que deslucieron y pusieron en barbecho el espíritu de independencia inextinguible, como insensato hubiera sido pretender que desapareciesen en un día los celos y desconfianzas que tras años de labor habían podido más que una década de unión en la gloria. Ni el tiempo admite reducción, ni la ley del hombre, y la ola tarda en pujar lo que tarda en alejarse de la playa. En divertimientos canadienses, que al cabo de catorce años vienen a caer en un ensayo tímido de política real, se ocupaban en Cuba, juntos por mero artificio con los que les servían de pasaporte revolucionario, los que cuando perecieron, con divina belleza, los héroes cubanos, o cargaban al sombrero el hule de los matadores, o celebraban en la metrópoli las glorias de la infantería. En viajes corteses al país de la medianoche empleábase el tiempo que se pudo poner en apretar las huestes, por si los viajes no daban resultado: y los años pasaban en pedir a la política de caló leyes inglesas, y en picarle el punto a los `catedráticos verbosos. Pero durante este entremés que no debió inquietarse, porque con la plena libertad se probara mejor su ineficacia, brillan dentro y fuera del país los elementos vivos que han de sacar de sus asientos, suspensos y respetuosos, a los amables convidados de la Plaza de Armas. De la guerra quedaron, para crecer o para mermar, los factores que, por causa personal más que pública, y por el desmayo de esperar de la emigración mal conducida una ayuda enérgica, rindieron la bandera al enemigo que al salir a buscarla confesó su temor de verla antes de un año ondear en el Morro.

La impericia de afuera fatigó, y la intriga de afuera desordenó, el campo heroico a que no debió dejarse ocasión de entretener los ocios agrios en las disputas que crían, en lo militar y en lo civil, el ejercicio prolongado y disperso de la autoridad. Ejército que se sienta, se desmigaja. Afuera, el entusiasta sacrificio rendía en balde sangre y joyas, a los que mostraban menos impaciencia que la de los que acudían a ser de ellos guiados. Fue el combate entre los pechos coloniales, metidos de sorpresa en la libertad, y los pechos libres: y se comió el gusano al águila. Quedaron de la guerra los campeones desdeñosos de la emigración incapaz: los caudillos, fuera de habla, o con poca relación, hasta que el pesar de la caída volvió a unirlos en e1 deseo de alzarse de ella; y las emigraciones aturdidas, recelosas entre sí y tan descontentas de los guías letrados, vueltos harto pronto a la bandera roja y amarilla, que sólo vieron salud en los que querían volver de rifleros a la patria. Y la política real, que no se había de ver, fue la de atajar en la milicia, viva y viril, el desprecio de los "líteros", indignos cuando con su señorío medroso paran a los valientes el coraje, y santos cuando con puro amor del país salvan al valor del peligro grave de ofender a la libertad. La política real fue la de unir, por la nobleza despejada y continua, las emigraciones que con el abuso o desuso de la autoridad, o el deseo tácito de ella, quedaron de la guerra como cera propicia a la mano del espía azuzador, o del renegado que no quiere que los demás vuelvan a la fe, o del celoso que estorba cuanta grandeza no puede él encabezar, c de la ambición que del aislamiento y de la discordia se aprovecha. La política real fue la de restaurar en la emigración la fe perdida en los consejos del pensamiento; la de proteger a los héroes de su impaciencia, y a la patria de las invasiones parciales fomentadas por sus enemigos; la de impedir entre los emigrados la batalla de clases que los políticos dormidos, por escasez de previsión y justicia, han permitido que en la Isla se apasione; la de renovar el alma de Yara, para cuando la tierra descompuesta tendiese otra vez los brazos a sus hijos; la de salvar a la república inevitable de los males que se le asomaron en la primera guerra; la de unir la milicia recelosa, la emigración que le ha de dar pie, y el espíritu de la patria.

La fuerza de esta labor se había de ver cuando convergiesen la angustia desordenada de la Isla, y la capacidad de la emigración de ordenarse para salvarla. Si al desmoronarse, como valla floja que es, la política de represa, no tenía el agua rota cauce por donde echar la nueva pujanza, vana habría sido la labor sutil, por pobreza incurable de los materiales de trabajo, o por desidia o incapacidad de los trabajadores. Si al asomar el peligro, se erguían las emigraciones s arrostrarlo, si se erguían confiadas y fuertes, la labor no había sido vana.

¡Y en un día se irguieron, sin más mando ni voz que los de su espíritu unificado! Unos hoy, y otros enseguida, y otros a la vez, disputándose todos. la primacía del entusiasmo, proclaman, con aquel fuego que sólo arde cuando se va a vencer, su determinación de ir, detrás de la persona de la libertad, a la guerra sin odio por donde se ha de conseguir la república laboriosa y justiciera; proclaman, ante el pabellón que cobija en sus pliegues al maestro de la idea y al héroe de la batalla, su poder de fundir la voluntad y el corazón en el empeño de poner en la vida cuanto aspira en vano en ella a la paz, al decoro y al trabajo. No con el ceño del conquistador proclama la guerra, sino con los brazos abiertos para sus hermanos. Así, de la obra de doce años callada e incesante, salió, saneado pos las pruebas, el Partido Revolucionario Cubano.

El es, de espontáneo nacimiento, la grande obra pública. El es, sin más mano personal que la que echa el hierro hirviente al molde, la revelación de cuanto tiene de sagaz y generosa el alma cubana. El es, sin el indecoro de la solicitud ni los repartos de la intriga, la unión visible y conmovedora de cuantos han aprendido a depurar sus pasiones en el amor piadoso de la libertad. E1 es la prueba magnífica de que, al mover al sacrificio útil a la patria que en el sacrificio inútil perece, ni desconoce ni permite el cubano previsor aquellos peligros por donde la pasión de los nombres o de las personas conturba o desangra las repúblicas nacientes. El es el ímpetu tierno, de heroico amor, por donde los corazones abrasados, bajo la guía de la mente fuerte y justa, vuelven, con la lección sabida, a los días de aurora de nuestra redención. El es el fruto visible de la prudencia y justicia de la labor de doce años. Y salvará, si se conforma en sus métodos a sus orígenes y fines, y se pone entero y con cuanto es en su acción: sólo perecerá, y dejará de salvar, si tuerce o reduce su sublime espíritu.

 

Regresar a Body

©La Pagina del Mambíexilio©www.exilio.com