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La Patria es Ara no Pedestal

 

26 Marzo 1892

LA ASAMBLEA ECONÓMICA

Ni el brillo de las candilejas de Tacón, ni el raso y abanico de los palcos, pudieran desmentir el tono, entre perentorio y desmayado, de las declaraciones de la asamblea que convocó el Comité de Propaganda Económica de la Habana el día 15 de marzo. Ni hay que decir de afuera lo que fue, cuando un orador de adentro dijo que hablaban "en estos momentos de desesperación". Ni es ilícito, a pesar de cuanto en la asamblea pueda haber de germen para el porvenir, observar cómo el aplauso más enérgico de la noche fue para el párrafo de apasionada ternura con que un orador saludó a la caña. Ni es inoportuno notar cómo la asamblea misma, con un poco más de elemento español, que vitoreó la noche autonomista todo acto, real o simulado, de resistencia viril, oyó con menor viveza, con mucha menos viveza, las protestas oportunas, y un tanto descosidas, de esta junta de los intereses.

Y no es que los intereses se hayan de desdeñar, puesto que la revolución misma tiene por objeto asegurarlos con lo único que los fomenta y mantiene: con la paz satisfecha que viene del goce activo de la libertad. Sin la persona no hay caja; a menos que no sea más que caja viva, y centavo dorado, y centén ambulante la persona. La libertad tiene por raíz el interés legítimo, que en ella se defiende; y el primer afán de la libertad en Cuba sería, al día siguiente del triunfo, salir a sembrar trabajadores. E1 necio desdeña la riqueza pública; o pretende mantener la riqueza de unos sobre la miseria de los más. La guerra se ha de hacer para acabar, de un tajo, con esta inquietud; para poner los productos de la Isla, sin trabas ni menjurjes, en sus mercados naturales; para dar suelo propio y permanente a las industrias cubanas. Cubano es en Cuba el que no trabaja contra ella: el que trabaja con ella. Lo que hay que combatir, y lo que hay que derribar, es el sistema de gobierno bajo el cual el mantenimiento de los intereses creados, y la creación de intereses nuevos, por el choque continuo e irremediable con los intereses rivales o políticos de la metrópoli española, trae al país, según la frase del cubano, "a momentos de desesperación", y mueve al español a echar afuera la embozada amenaza: "Si no se nos hace justicia, la culpa no será nuestra, sino de ellos". Y ésa, y no más, es la nota económica: el país de un lado,-y de otro lado, "ellos".

Presidía el español Prudencio Rabell el teatro henchido, con el cubano Bruzón a un lado, y el español Segundo Alvarez a otro, y en el estrado tenían sillas juntas Amblares y Duquesnes, y Cancios y Hierros. El español Celorio habló por el tabaco, como hombre criado en lo real, aunque cree, con candor noble, que el afán de un pueblo hecho, y decidido a vivir, se desvanecerá con un "llamamiento a todos, sin hacer caso de pequeñas rencillas". Laureano Rodríguez, español, desnudó la alevosíae insulto descarado de los aranceles. Otro español, Segundo Alvarez, ve "pasioncillas, ciertas pasioncillas", en el vigor, ya mal sujeto, de una patria, amasada en el sacrificio, que pide a su independencia la madurez de sus campos aún desiertos y la seguridad de las fortunas. Fernández de Castro, cubano, llamó al tratado "cordón umbilical, que une a Cuba con los Estados Unidos" y a renglón seguido declaró la nación "una e indestructible". Montoro, cubano, fomentó con palabras de Cánovas del Castillo y citas de Donoso Cortés, la unión entre cubanos y españoles. Y al salir, repetía uno a la puerta la frase de Celorio, el español: "Temo que nuestras quejas no sean oídas". Y otro la del cubano Fernández de Castro: "¿Es que hay oposición irreductible entre los intereses económicos de la Península y los intereses de Cuba?"

Ha sido, pues, la asamblea del Partido económico, forma inconsciente y adelantada de la fusión de cubanos y españoles cuyo mártir primero fue Ramón Pintó, un simple paso más hacia la guerra por los mismos que creen con ella mantener la paz; una jornada de la Revolución; una función revolucionaria.

 

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