21 de Mayo de 1892
Sobre lo verdadero hay que golpear. En lo caliente del hierro hay que dar. Con ir de espaldas a la verdad, de sombrero de pelo y bastón de oro, no se suprime la verdad. En un pueblo, hay que tener las manos sobre el corazón del pueblo. Es más necesario y justo acercarse a los que han nacido en él, y lo aman, que a los que no han nacido en él, y no lo aman. Y el corazón crece, y la paz pública, cuando los elementos nacionales de cólera y desorden, se convierten, por su propia virtud, en elementos de amor y orden. Es demagogo el que levanta una porción del pueblo contra otra. Si levanta a los aspiradores contra los satisfechos, es demagogo; si levanta a los satisfechos contra los aspiradores, es demagogo. Patriota es el que evita, por la satisfacción de las aspiraciones justas, el peligro del exceso de aspiración.
Un día, Víctor Hugo sentó a su mesa de París a un poeta original: era un cochero. En los Estados Unidos, en New York, el más criollo y potente de sus poetas, Walt Whitman, pasaba sendas horas hablando, en la delantera del ómnibus, con los cocheros de Broadway. El cochero lee periódicos, va y viene, tiene sin cesar los ojos sobre el libro completo de la vida, el libro, horrible a veces y a veces consolador, de la verdad. En lo que se trabaja no importa; sino que se trabaje. La esclavitud deshonra al hombre, y el besar manos criminales, no la humildad del oficio. Los cocheros de color, de Cuba, acaban de celebrar en la Habana una fiesta conmemorativa.
Y al lado de los cocheros, al lado de su presidente, el organizador Antonino Rojas, al lado de su orador Medina Arango, que por allá habla como hablan por acá nuestro Serra y nuestro González y nuestro Bonilla, se sentó el abogado Chomat, conocido de atrás por sus empeños abolicionistas; el incansable Hilario Cisneros, maestro del cubano negro en el destierro de aquellos diez años, y el cubano doliente y fundador, en quien el pesar de lo que ve, como la nieve a la tierra, encubre y sofoca el alma de creación que estallará en la patria libre, Enrique José Varona. Pero ¡oh pena y vergüenza!: estaba sentado entre ellos "el Secretario del Gobierno regional". ¡Con bozal, nuestra alma!
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